La estación de Farhampton se inunda
de nostalgia con la llegada de la primavera,
pero recoge
sonrisas y las siembra
en los campos de
amapolas.
Amapolas que
tiñen de carmín
los labios de la
mujer de aquel paraguas
que un día se
perdió a medianoche
en mitad de la
nada.
Nada sabe a miel
si disfrazas las
palabras más agrias
y las traduces
en mi piel
en forma de
besos transeúntes.
Transeúntes que
cruzan miradas
disfrazadas de
historias salpimentadas
en los
trasbordos inhóspitos
de aquella
ciudad.
Ciudad
acompasada que baila
de sol a sol con
las suelas desgastadas
y sin billete
hasta que llegue el tren
en la estación
de Farhampton.
*Dedicado a aquellos viajeros que siguen en busca del paraguas amarillo.