Como cada lunes, Lorenzo aparece por el este
del balcón, y me despierta con disimulo y sin minutero.
Aún persiste la migraña y el aliento a Ballentine’s.
Aún persiste la migraña y el aliento a Ballentine’s.
Pocas horas hemos dormido, Lorenzo. Unas míseras
cinco horas intentando pegar pestaña, pero es más
fuerte el eco del grito de la madrugada. Una madrugada
que se acostó a voces y desquiciada. Una madrugada que
poco soporta Catalina, pues el eco se apodera del silencio
y de sus sueños. Ya hasta son confusas las pesadillas,
ya hasta se perdió el eclipse entre la noche y el día.
Y qué triste te ves, Catalina, con ojeras, recitando el mismo
romancero cada lunes a medianoche. Y qué poco entienden
Lorenzo y sus secuaces, ni una mísera octosílaba. Normal,
ya ni cantares de gesta saben. Solo saben de juegos de guerra.
Ay, Catalina, que se adueñan de ti los suspiros, la angustia
y la rebeldía, mas razón tienes al protegerte de fantoches
de cuarta cantando a ritmo de bulería. Y así pasan los días y las noches,
de pulso en pulso y de batalla en batalla. Y así pasan los días, de
partida en partida y de quizás en quizás. Al borde del río Aisne,
como cada lunes.