sábado, 24 de septiembre de 2016

El pájaro enjaulado



¿Quieres que te cuente un cuento
recuento que nunca se acaba?
Eso decía mi abuelo cuando solo
había inocencia, en época dorada,
antes de que el otoño asomara la pata.

Érase una vez, un pájaro entre rejas 
que soñaba con volar. Pero, vida, ¡cuán irónica
eres dejando a un pobre pajarillo sin alas y sin balcón!
¡Cuán triste es su mundo: solo en su nido, 
que no es nido, sino imaginación!

El pájaro no perdía la esperanza y se aferraba 
a la música pese a no poder bailar. Le gustaba cantar
cuando el sol salía y se entretenía viendo 
arañas tejiendo historias sin feliz final
ni perdices de cuentos coloridos acabados. 

El pájaro ansiaba ser rescatado, tenía sed 
de libertad. Era fuerte, pero no como para 
romper los barrotes. Era fuerte, pero no como
para ser halcón. Poco a poco se convertía 
en barro y el alpiste sabía a miseria, sabía a prisión. 

El pájaro olvidó la risa, olvidó el mar. Olvidó 
sus raíces, olvidó su ramaje, olvidó piar. Pero, entonces, 
recordó que aún había vida tras el hierro oxidado, 
recordó una vida placentera de pasión y de plumaje.

Ya no sé qué decir, ya no sé si es cuento 
o canción, si es fábula o sermón, si es sinsentido 
o enajenación, si es misericordia o perdón,
si es farándula o equivocación, si es vida
o desazón…


*Aviso: cuento no recomendado para menores de 7 años.